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con la inercia de un vegetal.
Gutman se sentó lentamente en la mecedora tapizada. Cairo eligió el
sillón junto a la mesa. Wilmer ni se sentó; permaneció en la puerta, en
donde antes se había apostado Cairo, con la pistola aún visible colgando de
un brazo estirado a lo largo del cuerpo, mirando al pecho de Spade por
debajo de las rizadas pestañas. Cairo dejó su pistola en la mesa y bien a
mano.
Spade se quitó el sombrero y lo tiró al otro lado del sofá. El labio
inferior caído y los párpados bajas daban a su rostro, junto con las uves de
su cara, una expresión rijosa de sátiro.
 Esa hija suya  dijo tiene una bonita barriga; demasiado bonita
para andar arañándola con alfileres.
La sonrisa de Gutman fue afable y algo aceitosa.
El muchacho dio un paso hacia adelante desde la puerta y alzó la pistola
hasta la cadera. Todos los que se hallaban en el cuarto le miraron. Aunque
Brigid y Cairo lo hicieron con ojos muy distintos, algo muy semejante había
en la condena que se reflejó en la mirada de ambos. El muchacho enrojeció,
retiró el pie que había adelantado, enderezó las piernas, bajó la pistola y
quedó de pie como antes, con los ojos medio ocultos por las pestañas
clavados sobre el pecho de Spade. Aunque el color que se le subió a la cara
fue desvaído y sólo duró un instante, resultó sorprendente en un rostro que
habitualmente aparecía helado y compuesto.
Gutman volvió a dedicar a Spade su sonrisa grasienta y astuta. Cuando
habló lo hizo con un susurro ronroneante:
 Sí, señor mío, fue una verdadera pena, pero tendrá usted que
confesar que resultó útil.
Spade juntó las cejas con un temblorcillo.
 Cualquier cosa hubiera servido igualmente. Es natural que yo quisiera
verle a usted tan pronto como tuve en mi poder el halcón. En una operación
al contado, ¿por qué no? Fui a Burlingame esperando asistir a una reunión
de esta naturaleza. No sabía que andaba usted a tontas y a locas, con un
retraso de media hora, tratando de quitarme de en medio para localizar a
Jacobi antes de que él diera conmigo.
Gutman se rió entre dientes. Y en su risita no pudo advertirse nada que
no denotara satisfacción.
 Bueno, señor mío, en cualquier caso aquí estamos, dispuestos a
sostener esa conversación que, por lo visto, usted deseaba.
 Sí, eso es lo que deseaba. ¿Cuándo está dispuesto a hacerme el
primer pago para que yo pueda librarme del halcón?
Brigid se incorporó en el sofá y miró a Spade con ojos azules que
expresaban asombro. El detective le dio una palmadita en el hombro sin
prestarle gran atención. Tenía los ojos fijos sobre Gutman. Los de Gutman
destellaron regocijados, amparados entre montoncillos de sebo.
 Bueno, señor mío, en cuanto a esa...
Y se metió una mano debajo de la chaqueta.
Cairo, con las manos sobre los muslos, se inclinó hacia adelante,
respirando por entre los blandos labios entreabiertos. Sus ojos oscuros
tenían brillo de laca lustrada. Pasaban de la cara de Spade a la de Gutman, y
de la de Gutman a la de Spade.
 En cuanto a eso  repitió Gutman, y sacó un sobre blanco del bolsillo.
Diez ojos, los del muchacho ahora sólo parcialmente velados por las
pestañas, se volvieron hacia el sobre. Dando vueltas al sobre con sus manos
hinchadas, Gutman estudió su blanco anverso durante un momento y luego
el reverso, sin pegar, con la solapa metida en el interior. Alzó la cabeza,
sonrió afablemente y arrojó el sobre encima de las piernas de Spade.
El sobre, aunque no era voluminoso, pesaba lo suficiente para volar
derecho. Fue a darle a Spade en la parte baja del pecho y le cayó sobre los
muslos. Spade lo recogió y lo abrió despacio, utilizando para ello ambas
manos, pues antes había retirado el brazo que rodeaba a Brigid. El sobre
contenía billetes de mil dólares, lisos, tiesos y nuevos. Spade los sacó y
contó. Eran diez. Alzó la mirada hasta Gutman sonriendo, y dijo,
suavemente:
 Habíamos hablado de más dinero.
 Sí, señor. Es cierto  asintió Gutman . Pero entonces no hacíamos
más que eso. Hablar. Esto es dinero de verdad, de curso legal en el país.
Con un dólar de éstos puede comprar más que con diez dólares de boquilla.
Una risa silenciosa puso en conmoción sus bulbos. Cuando aquel gran
temblor se hubo tranquilizado, dijo en voz más seria, aunque no del todo:
 Ahora es preciso tener en cuenta a más gente.  Y movió sus ojos
pícaros y la cabeza para señalar a Cairo . Y, para resumir, señor, la
situación ha cambiado.
Mientras Gutman hablaba, Spade había emparejado todos los billetes
por sus bordes con unos golpecitos, los había vuelto a meter en el sobre, y
había dejado la solapa de éste como antes. Y ahora, con los antebrazos
apoyados sobre los muslos, quedó sentado con el cuerpo inclinado hacia
adelante, balanceando entre los muslos el sobre que tenía cogido por una
esquina, muy ligeramente, entre el índice y el pulgar.
Su respuesta al hombre gordo pareció expresar indiferencia:
 Sí, es cierto. Ahora ustedes se han unido. Pero yo tengo el halcón.
Cairo tomó la palabra. Con sus feas manos agarrotadas sobre los brazos
del sillón, avanzó el cuerpo y dijo modosamente, con su vocecilla atiplada:
 No juzgo que sea necesario, mister Spade, recordarle que aunque
usted quizá tenga en su poder el halcón, nosotros le tenemos a usted en el
nuestro.
 Estoy tratando de conseguir que ese detalle no me preocupe  dijo,
sonriendo. Se puso derecho, dejó el sobre a un lado, encima del sofá, y se
dirigió a Gutman : Luego seguiremos hablando acerca del dinero. Antes
hay que atender a otro asunto. Necesitamos una cabeza de turco, alguien a
quien culpar.
El hombre gordo arrugó la frente sin comprender; mas antes de que
pudiera hablar, ya Spade estaba explicándoselo:
 La policía necesita una víctima, necesita tener a alguien a quien
culpar de esos tres asesinatos. Nosotros...
Cairo le interrumpió con una voz quebradiza y excitada:
 Dos, sólo dos asesinatos, mister Spade. Pues no cabe duda que
Thursby mató a su socio.
 Está bien, dos  dijo Spade a regañadientes . Eso cambia bien poco
la cosa. La cuestión es que tenemos que apaciguar a la policía con un...
Ahora fue Gutman quien le interrumpió, sonriendo confiadamente y con
bonachona seguridad:
 Bueno, por lo que de usted hemos visto y oído, creo que no tenemos
por qué preocuparnos de eso. Podemos confiar en que usted se las arreglará
con la policía. No necesitará usted la ayuda de meros aficionados como
nosotros.
 Si cree usted eso  dijo Spade , no ha visto y no ha oído usted lo
bastante.
 Vamos, vamos, mister Spade, no querrá usted hacernos creer a estas
alturas que siente usted el más mínimo temor de la policía, o que no está
perfectamente capacitado para entendérselas con...
Spade bufó, de forma nasal y gutural al mismo tiempo. Se echó hacia
adelante y volvió a quedar con los antebrazos descansando sobre las rodillas
e interrumpió a Gutman, irritado:
 No les tengo ningún miedo, y, efectivamente, sé cómo entendérmelas
con ellos. Eso es lo que estoy tratando de decirle. La manera de
entendérselas con ellos es entregarles una víctima propiciatoria, alguien a
quien puedan achacarle todo.
 Estoy conforme. Esa es una manera de arreglarlo, pero...
 No hay pero que valga  dijo Spade . Es la única manera.
Sus ojos ardían y su expresión era de gran sinceridad. El cardenal de la
sien tenía el color de la bilis.
 Sé de lo que hablo. Ya he pasado por esa experiencia, y supongo que
tendré que volver a pasar por ella más veces. En distintas ocasiones he [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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