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estuviera abierta de par en par no parecía augurar nada bueno. Los peores temores del
oficial se vieron confirmados nada más traspasar el umbral de la vivienda.
Están todos muertos, juez. No es un espectáculo agradable advirtió Patras .
He ordenado a mis hombres que rodeen la casa para alejar a noctámbulos curiosos.
Estamos a vuestra disposición.
Esteban asintió.
Muy bien, pentarca. Buen trabajo. Y ahora, entremos.
Estábamos a punto de hacerlo cuando Esteban alzó la antorcha hacia el dintel de la
puerta y llamó nuestra atención sobre una inscripción grabada en grandes letras
mayúsculas en la madera que rezaba «Dios proteja a Nicetas Ayroulos, dueño de esta
casa, y a todos los que viven en ella».
Bueno, parece que esta noche Dios estaba mirando hacia otro lado ironizó.
La puerta principal daba acceso a un pequeño patio, alrededor del cual se
distribuían las distintas estancias de la vivienda. En el centro se levantaba un pozo de
agua, en torno al cual una sabia mano femenina había dispuesto algunos maceteros
repletos de flores que se adivinaban multicolores. En otras circunstancias, aquella casa
debía de ser un agradable lugar en el que vivir pero en aquel momento, con la luna
llena derramando su pálida luz sobre el cuerpo de un viejo siervo del copista degollado
cerca de la puerta, el lugar se tornaba especialmente tétrico.
Desde luego, Patras no había exagerado al advertirnos sobre la carnicería que allí
había tenido lugar. Junto a la puerta abierta que daba acceso a los alojamientos del
servicio otro cadáver, el de una mujer mayor con la cabeza destrozada a golpes...
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